LOS MENONITAS
A finales de 1922 llegaron a San Antonio de los Arenales, al
norte de la ciudad de Chihuahua,
36 carros de ferrocarril de los que descendieron los primeros menonitas que se
instalaron en nuestro país. Venían en grupos, cargando su equipaje personal,
ropa de cama, enseres domésticos, muebles y materiales de construcción. Traían
también sus recios caballos belgas, vacas holstein, guajolotes, gallinas,
costales de semilla, herramientas y maquinaria agrícola. Subieron por la
sierra, en carretas, otros 60 km hasta llegar a su destino, Santa Clara, en el
corazón de Chihuahua, donde se distribuyeron en una cuadrícula de lotes,
delimitaron sus villas, trazaron sus calles, construyeron sus casas y se
prepararon para arar la tierra.
No eran peregrinos; tampoco eran inmigrantes. Ellos vinieron a la
segura. Se trasladaron familias completas con sus pertenencias, costumbres,
aspiraciones y privilegios. Sus dirigentes organizaron todo de antemano:
localizaron, inspeccionaron y adquirieron grandes extensiones de tierra
cultivable. Obtuvieron del gobierno de Obregón concesiones excepcionales. No
podría obligárseles a prestar servicio militar, ni juramento. Se les otorgaba
el más amplio derecho de practicar su religión, controlar la educación de sus
hijos y disponer el régimen económico que desearan con respecto a sus bienes.
Los anabaptistas fueron llamados menonitas por primera vez en 1545, en un decreto
condenatorio, término que acabó por generalizarse e imponerse a través de los
años. Aunque los fundadores del movimiento anabaptista habían sido Melchor
Hoffman y Obbe Phillips (ambos holandeses) fue a través de Menno Simons,
párroco católico (1496-1561), como sobrevivió, se expandió y se consolidó el
movimiento. De las diversas ramas que se formaron, sólo los menonitas y los
hutteristas sobrevivieron como grupos confesionales con cohesión interna. Su
negativa a la violencia, su pacífica huida de la represión y la búsqueda de coherencia
entre su doctrina y su forma de vida, son factores que han llevado a sus
descendientes a migrar de un lugar a otro a lo largo de cinco siglos.
LA ORGANIZACIÓN Y TRADICIONES DE LOS
MENONITAS
Los menonitas han roto con el esquema del subdesarrollo en una de las
regiones más difíciles de México. Han mostrado que con la organización, la
cooperación, la división del trabajo y la integración de ramas productivas, los
avances pueden ser significativos. La clave del desarrollo en los campos
menonitas ha sido la capacidad de integrar la agricultura y la ganadería: el
campo y la industria.
Su vida cotidiana transcurre en la rutina. Son austeros, disciplinados y
serios. Sus alimentos consisten básicamente en pan con mantequilla y embutidos,
y esta frugalidad la muestran en todas las facetas de su existencia: su
vestido, el mobiliario, el uso del tiempo libre, sus festejos e incluso las
ceremonias religiosas. Celebran moderadamente la Navidad, los compromisos
matrimoniales, las bodas y los funerales; tienen prohibido el uso del radio, la
televisión, el tabaco y las bebidas alcohólicas. Su dieta es inapropiada, con
la consecuente morbilidad. Algunos de ellos viven en condiciones insalubres.
Por razones religiosas se suelen oponer a la vacunación de sus hijos, y lo
mismo sucede con sus animales. La mortalidad infantil es relativamente alta,
pero se compensa con un índice de nacimientos elevado. También son renuentes al
uso de fertilizantes químicos e insecticidas. Por fortuna se encuentran en un
clima poco propicio a enfermedades y plagas. Su religión les prohíbe utilizar
vehículos de motor y llantas de hule para uso familiar, a menos que sean para
el trabajo. No sólo poseen maquinaria agrícola moderna que importan con ayuda
de sus correligionarios de Norteamérica, sino que es frecuente que adquieran
camiones en común para la transportación de sus productos.
Actualmente, los menonitas han llegado a un punto en que la conservación
de sus tradiciones amenaza su propia existencia material. Sin embargo, hay
conflictos entre los que defienden sus costumbres ancestrales y los que
promueven el progreso, y va a ser muy difícil para ellos construir un proyecto
que integre el cambio y a la vez conserve la esencia de su cultura. Algunos ya
se han separado de sus prácticas religiosas y se han ido integrando al resto de
la población. Poseen viviendas confortables, conducen camionetas de modelo reciente,
asisten a las universidades y a las discotecas y hasta participan en concursos
de belleza (hace pocos años una joven menonita representó al estado de
Chihuahua en el concurso Miss México). Otros se rebelan veladamente; a
escondidas escuchan el radio, rentan cuartos de hotel en grupos para ver
televisión, van al cine, fuman, se emborrachan, y acuden a cantinas y centros
de prostitución, y otros más son conformistas y apáticos: se entregan al
trabajo compulsivamente, manteniéndose ajenos a cualquier otra esfera de la
vida. Al parecer, muchos de ellos abusan del consumo de tranquilizantes y otras
drogas que no están proscritas por su religión.
Si en el pasado los menonitas
trajeron innovaciones importantes a la región, actualmente se están quedando
rezagados. En el futuro próximo la disyuntiva para ellos no será entre la
modernización y la conservación intacta de sus tradiciones, sino entre la
adaptación al mundo contemporáneo y la supervivencia misma.
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