miércoles, 27 de enero de 2016

LOS MENONITAS

LOS MENONITAS



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A finales de 1922 llegaron a San Antonio de los Arenales, al norte de la ciudad de Chihuahua, 36 carros de ferrocarril de los que descendieron los primeros menonitas que se instalaron en nuestro país. Venían en grupos, cargando su equipaje personal, ropa de cama, enseres domésticos, muebles y materiales de construcción. Traían también sus recios caballos belgas, vacas holstein, guajolotes, gallinas, costales de semilla, herramientas y maquinaria agrícola. Subieron por la sierra, en carretas, otros 60 km hasta llegar a su destino, Santa Clara, en el corazón de Chihuahua, donde se distribuyeron en una cuadrícula de lotes, delimitaron sus villas, trazaron sus calles, construyeron sus casas y se prepararon para arar la tierra.
No eran peregrinos; tampoco eran inmigrantes. Ellos vinieron a la segura. Se trasladaron familias completas con sus pertenencias, costumbres, aspiraciones y privilegios. Sus dirigentes organizaron todo de antemano: localizaron, inspeccionaron y adquirieron grandes extensiones de tierra cultivable. Obtuvieron del gobierno de Obregón concesiones excepcionales. No podría obligárseles a prestar servicio militar, ni juramento. Se les otorgaba el más amplio derecho de practicar su religión, controlar la educación de sus hijos y disponer el régimen económico que desearan con respecto a sus bienes.
Los anabaptistas fueron llamados menonitas por primera vez en 1545, en un decreto condenatorio, término que acabó por generalizarse e imponerse a través de los años. Aunque los fundadores del movimiento anabaptista habían sido Melchor Hoffman y Obbe Phillips (ambos holandeses) fue a través de Menno Simons, párroco católico (1496-1561), como sobrevivió, se expandió y se consolidó el movimiento. De las diversas ramas que se formaron, sólo los menonitas y los hutteristas sobrevivieron como grupos confesionales con cohesión interna. Su negativa a la violencia, su pacífica huida de la represión y la búsqueda de coherencia entre su doctrina y su forma de vida, son factores que han llevado a sus descendientes a migrar de un lugar a otro a lo largo de cinco siglos.
LA ORGANIZACIÓN Y TRADICIONES DE LOS MENONITAS
Los menonitas han roto con el esquema del subdesarrollo en una de las regiones más difíciles de México. Han mostrado que con la organización, la cooperación, la división del trabajo y la integración de ramas productivas, los avances pueden ser significativos. La clave del desarrollo en los campos menonitas ha sido la capacidad de integrar la agricultura y la ganadería: el campo y la industria.
Su vida cotidiana transcurre en la rutina. Son austeros, disciplinados y serios. Sus alimentos consisten básicamente en pan con mantequilla y embutidos, y esta frugalidad la muestran en todas las facetas de su existencia: su vestido, el mobiliario, el uso del tiempo libre, sus festejos e incluso las ceremonias religiosas. Celebran moderadamente la Navidad, los compromisos matrimoniales, las bodas y los funerales; tienen prohibido el uso del radio, la televisión, el tabaco y las bebidas alcohólicas. Su dieta es inapropiada, con la consecuente morbilidad. Algunos de ellos viven en condiciones insalubres. Por razones religiosas se suelen oponer a la vacunación de sus hijos, y lo mismo sucede con sus animales. La mortalidad infantil es relativamente alta, pero se compensa con un índice de nacimientos elevado. También son renuentes al uso de fertilizantes químicos e insecticidas. Por fortuna se encuentran en un clima poco propicio a enfermedades y plagas. Su religión les prohíbe utilizar vehículos de motor y llantas de hule para uso familiar, a menos que sean para el trabajo. No sólo poseen maquinaria agrícola moderna que importan con ayuda de sus correligionarios de Norteamérica, sino que es frecuente que adquieran camiones en común para la transportación de sus productos.
Actualmente, los menonitas han llegado a un punto en que la conservación de sus tradiciones amenaza su propia existencia material. Sin embargo, hay conflictos entre los que defienden sus costumbres ancestrales y los que promueven el progreso, y va a ser muy difícil para ellos construir un proyecto que integre el cambio y a la vez conserve la esencia de su cultura. Algunos ya se han separado de sus prácticas religiosas y se han ido integrando al resto de la población. Poseen viviendas confortables, conducen camionetas de modelo reciente, asisten a las universidades y a las discotecas y hasta participan en concursos de belleza (hace pocos años una joven menonita representó al estado de Chihuahua en el concurso Miss México). Otros se rebelan veladamente; a escondidas escuchan el radio, rentan cuartos de hotel en grupos para ver televisión, van al cine, fuman, se emborrachan, y acuden a cantinas y centros de prostitución, y otros más son conformistas y apáticos: se entregan al trabajo compulsivamente, manteniéndose ajenos a cualquier otra esfera de la vida. Al parecer, muchos de ellos abusan del consumo de tranquilizantes y otras drogas que no están proscritas por su religión.

Si en el pasado los menonitas trajeron innovaciones importantes a la región, actualmente se están quedando rezagados. En el futuro próximo la disyuntiva para ellos no será entre la modernización y la conservación intacta de sus tradiciones, sino entre la adaptación al mundo contemporáneo y la supervivencia misma.

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