La derecha llega a las primarias sin una fórmula para frenar a Trump.
Los desperfectos que Donald Trump causa en el Partido Republicano salen a flote en la campaña para la nominación a las elecciones presidenciales de noviembre. Trump, un cuerpo extraño en la derecha estadounidense, mantiene el dominio en los sondeos, pese a los vaticinios de que, con sus salidas de tono, se hundiría. Y hace saltar por los aires las tradiciones. El boicot al debate del jueves, el último antes de la primera votación, el 1 de febrero en Iowa, es otro episodio más. ¿Cómo frenarlo? En su ausencia, dos senadores de origen cubano, Ted Cruz y Marco Rubio, pelean por ser la alternativa.
Las dos horas que duró el debate —dos horas sin Trump, sin sus fanfarronadas, sin su personalidad nerviosa y ególatra— fueron un regreso a los debates republicanos de siempre: desacuerdos entre conservadores de distintas sensibilidades e intercambios agrios, pero una capa de respeto y buena educación. Un mundo sin Trump.
Era una ficción. La realidad es que un multimillonario neoyorquino, un magnate de la construcción y los casinos, una estrella de los reality shows con una retórica populista y xenófoba, es el favorito de todos los sondeos para ganar Iowa, donde el lunes se celebran los caucus, las asambleas vecinales que abren el proceso de elección presidencial en EE UU. También es favorito en los estados que votan después: New Hampshire, el 9 de febrero, y Carolina de Sur, el 20.
“Me gusta porque no es un político. Necesitamos a alguien que defienda nuestros valores”, dijo uno de los asistentes al acto de Trump, Dave Thornbird, de 50 años y veterano de la guerra del Golfo. Thornbird percibe la porosidad de la frontera estadounidense como un ataque a esos valores. Y aplaude la ausencia de Trump en el debate de Fox News. Cree que demuestra que el candidato no pertenece alestablishment.
Los caucus del lunes son la primera ocasión para tomar la medida de Trump. La clave es si traduce el apoyo en los sondeos y en los mítines en votos efectivos. No es fácil: ganar un caucus requiere una enorme sofisticación organizativa. Muchos de sus partidarios no son votantes habituales.
Se dice que los caucus de Iowa reparten tres billetes: el de primera clase, turista y lista de espera. Si uno no ha logrado uno de los tres, es difícil que al término del proceso de primarias y caucus, en verano, obtenga la nominación. En Iowa, Trump se disputa el billete de primera clase con el senador por Texas Cruz, un conservador ortodoxo que confía en la movilización de los evangélicos. Rubio, senador por Florida, aspira al billete lista de espera, la medalla de bronce.
La tercera posición sería para Rubio una victoria. Demostraría que es la alternativa a Trump y Cruz, dos candidatos que el establishment republicano mira con recelo por su carácter e ideología: volátil en el caso de Trump; intransigente en el de Cruz. En paralelo al fenómeno Trump, el Partido Republicano ha desarrollado unas primarias oficiosas para elegir a su candidato. Primero debía ser el exgobernador de Florida y miembro de una estirpe presidencial, Jeb Bush. Pronto flaqueó. Rubio —joven, latino, reaganiano en su optimismo, obamiano en su biografía— es la esperanza.
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